SOBRE EL USO DE LOS GÉNEROS LITERARIOS
lunes, 3 de febrero de 2014
viernes, 19 de abril de 2013
USO Y ABUSO DE LOS GÉNEROS LITERARIOS
GÉNEROS LITERARIOS Y FALSEAMIENTO DE LA
REALIDAD
1.
Para empezar
He hablado en mi obra El uso de la razón de los sofismas y del
metalenguaje para tomar conciencia de las trampas y engaños en que podemos caer
cuando hablamos con o a los demás. Son trucos que impiden entendernos
correctamente sobre todo mediante el lenguaje hablado. Ahora me ha parecido
oportuno recordar brevemente los géneros literarios escritos. Me refiero a las
múltiples formas de escribir en las que está en juego nuestro compromiso con la
realidad y la verdad sobre lo que escribimos. No es lo mismo, por ejemplo,
describir una rosa con lenguaje poético en un soneto que mediante el lenguaje
científico de laboratorio. El género
literario es una forma de escribir con características propias que el escritor
utiliza con alguna intención personal o por alguna causa concreta. El autor del
libro bíblico conocido como El
Apocalipsis, por ejemplo, tuvo sus buenas razones para escribirlo en clave
apocalíptica forzado por la falta de libertad de expresión y el estado de
represión política vigentes de los destinatarios del libro cuando éste fue
escrito. Los géneros literarios han sido estudiados exhaustivamente por los
literatos así como por los expertos en estudios bíblicos y los resultados de
esos estudios están al alcance de cualquiera que tenga un mínimo interés por
conocerlos. Para mi propósito en esta ocasión bastará recordar algunos datos
informativos para fijar la atención en dichos géneros literarios sin olvidar el
riesgo de falsear la realidad cuando no se los utiliza con maestría.
Por lo general, los expertos de la
retórica clásica clasificaban los géneros literarios (no científicos o
históricos) atendiendo a su contenido en tres grupos importantes, a saber: lírico, épico y dramático. El primero,
para expresar sentimientos y pensamientos con predominio de la subjetividad del
escritor. Su forma literaria específica de expresión es el verso y la prosa
poética. El segundo relata sucesos reales o imaginarios que le han ocurrido al
poeta o a otra persona. El relato épico pretende ser objetivo por más que su
forma de expresión fuera siempre el verso. El género dramático es el tipo de
género que se usa en el teatro. Por medio del dialogo entre los actores el
autor plantea conflictos diversos. Puede estar escrito en verso o en prosa pero
su finalidad específica es la representación ante el público. Los expertos
presentan análisis minuciosos de estos géneros literarios acompañados de
infinidad de subgéneros pero sin perder de vista las notas esenciales a todos
ellos y que termino de recordar.
Por razones prácticas vamos a tomar
como libro de referencia la Biblia. En esta obra judeo-cristiana nos
encontramos con una riqueza extraordinaria de géneros literarios que los expertos suelen reducir a los
siguientes:
Géneros jurídicos (lenguaje
jurídico). Son textos relativos a la constitución y gobierno del pueblo judío y
que se encuentran en códigos legales. Véanse, por ejemplo, los lugares
siguientes: Decálogo: Ex 20, 2-17; De la Alianza: Ex 20, 22-23; Ritual o Decálogo cultural: Ex 34,11; Deuteronómico: Dt 12-26; De
santidad: Lev 17-26.
Géneros proféticos (lenguaje
profético). Los textos proféticos expresan una visión bíblica relativa a la tensión mesiánica y escatológica existente en la
época de los profetas bíblicos, los cuales se expresaban frecuentemente
mediante visiones, oráculos, sueños, acciones simbólicas, confesiones, augurios
astrales e imágenes apocalípticas impresionantes. Los escritos de los profetas
del Antiguo Testamento son una mina de recursos literarios relacionados con la
dramática historia del pueblo de Israel y la esperanza mesiánica. La lectura de
cualquier profeta bíblico es una obra maestra en su género, pero hay algunos
como Isaías, Jeremías o Ezequiel que merecen un estudio aparte.
El lenguaje profético bíblico es
complejo y a veces desconcertante hasta para los estudiosos. En cualquier caso
los expertos suelen reconocer como características o rasgos más importantes de
este tipo de lenguaje (oral o escrito) los siguientes: 1) Ningún profeta ha visto la realidad completa de la que habla. Cada
uno disponía de una visión fragmentaria e insuficiente del plan divino. De ahí
que con frecuencia el propio profeta no sabe lo que está diciendo, qué le ha
sido mostrado ni de qué está hablando. Pero esta fatal ignorancia no invalida
la verdad de su profecía. La parcialidad de su visión profética suscita la
esperanza de comprender el resto causando una sensación de misterio como
ingrediente inexorable de la fe. Con frecuencia los profetas se refieren al
futuro o porvenir del Israel pero no aciertan a decir si ese futuro llegará
pronto o tarde, mañana, pasado mañana o en el siglo venidero. 2) El lenguaje profético es simbólico. Lo
cual significa que su mensaje es expresado y transmitido mediante símbolos
visuales o imágenes simbólicas que exigen una trabajosa interpretación para ser
entendido, si es que hay lugar a ello. La clave de su intelección es más
religiosa y moral que literaria o científica. Sólo las personas justas o buenas
se encuentran en condiciones favorables para entender el mensaje de los
profetas bíblicos. 3) El profeta sabe
hacia dónde va la historia. El
profeta se siente siempre en condiciones de predecir el curso general que
seguirá la historia del pueblo de Israel. 4) El profeta suele contradecir los deseos de la gente.
Paradójicamente, muy raras veces las profecías satisfacen el sentimiento
general del pueblo, por lo que el ser profeta era un trabajo difícil y siempre
arriesgado. Cuando el pueblo duerme en paz los profetas anuncian guerra; cuando
hay calma predicen el castigo y cuando hay prosperidad prevén hambruna en el horizonte.
Pero ante el hambre, el castigo y la guerra, los profetas siempre preconizaban
la salvación y la restauración religiosa y moral del pueblo de Israel. 5) Los profetas bíblicos eran hombres del
pueblo y mezclados con el pueblo. Como miembros del pueblo y portavoces de
Dios para la gente, los profetas se diferenciaban de los sabios en el sentido
de que no se limitaban a predicar de palabra, sino que se sentían obligados a
intervenir en los asuntos de la vida diaria. Los profetas bíblicos eran hombres
de acción más que intelectuales.
Géneros apocalípticos (Lenguaje
apocalíptico). Se refieren por igual a la literatura judía y cristiana como
respuesta contestataria a las persecuciones violentas. Son célebres en su
género, en el Antiguo Testamento los escritos de Zacarías y Daniel, y en el
Nuevo el Apocalipsis atribuido a S.
Juan.
Géneros Poéticos (Lenguaje poético). Es el estilo del libro de Los Salmos y el poema amoroso El cantar de los cantares. Géneros sapienciales (Lenguaje
sapiencial). Era el estilo de lenguaje más característico de las escuelas
rabínicas. Ejemplos acabados de este género son: Proverbios, Eclesiástico,
Job y Sabiduría. Géneros evangélicos (Lenguaje de los Evangelios).
En los cuatro textos, al margen de las diferencias estilísticas entre los tres
sinópticos y el texto de Juan, encontramos discursos apologéticos, inventivas,
predicciones escatológicas y abundancia de enseñanzas mediante el recurso a las
parabólicas. Género epistolar (Lenguaje epistolar). El género epistolar
lo encontramos en todas las obras escritas a modo de carta. La carta es una de
las manifestaciones de la comunicación escrita utilizada con más frecuencia.
Entre los interlocutores epistolares media siempre un contexto de complicidad
formado por el ambiente, las relaciones y situaciones que sólo ellos saben y
que resultan ajenas para un extraño. En el Nuevo Testamento son particularmente
notables los escritos epistolares atribuidos a S. Pablo. Género histórico (Lenguaje
histórico). En el A.T. los libros
históricos narran un período de casi
1200 años de la historia del pueblo judío, desde la muerte de Moisés hasta la
revuelta de los Macabeos. Como modelos de este género cabe destacar, entre
otros, los libros de Judit, Ester y Reyes.
Paradójicamente, los géneros literarios
bíblicos constituyen una riqueza expresiva muy notable. Pero, al mismo tiempo,
muchas veces resultan desconcertantes. En lugar de ayudar a entender lo que se
nos quiere decir con ellos se tiene la impresión de que nos lo quieren ocultar.
La lectura del Apocalipsis, por
ejemplo, puede pasar por momentos de absoluta decepción. Hay momentos en los
que un no experto pudiera estar tentado a pensar que no se trata de un libro
serio sino de una falta de respeto al lector que busca verdad y claridad. Sin
embargo, tras el estudio en profundidad del libro, no es difícil percatarnos de
que esa forma de escribir fue una opción realista y sabia por parte del autor
del libro para hacer llegar con garantías su mensaje a sus destinatarios. Pero
para llegar a esta conclusión hay que emplearse a fondo con la cabeza dejando a
un lado el impacto de las primeras impresiones nacidas de la emotividad. Lo
dicho de los géneros literarios bíblicos es válido, salvadas las diferencias,
para cualquier otro género literario extra-bíblico.
Actualmente resulta difícil hablar de
géneros literarios en el contexto de la mentalidad modernista y posmoderna,
debido a que no existen características formales reconocidas como en el pasado
para determinar qué obras pertenecen a determinado género. La novela, por
ejemplo, admite muchos discursos en su concepto sin que se exija unidad o
coherencia en la acción de acuerdo con los cánones clásicos. El concepto de novela,
piensan algunos, es muy amplio y ambiguo por lo que no existe un elemento
formal común que permita decir esto es novela y lo otro no. No obstante,
veremos que también esta convicción es más un sofisma que una realidad.
Por lo que se refiere al género
narrativo cabe hablar de una narrativa de la modernidad y otra de la
posmodernidad. La primera tiene muchos tonos y
significados. Como dicen los expertos, es polifónica y multi-semántica. Y,
sobre todo, rompe con el tratamiento cronológico de hechos concatenados.
Además, tiene una estructura fragmentaria ya que cada frase o cada fragmento
puede ser autónomo. En las narraciones puede o no haber momentos culminantes en
absoluto. Es una narrativa anárquica con relación a la narrativa clásica
reglamentada. La narrativa posmoderna juega
con técnicas narrativas diversas y es intertextual en el sentido de que una
sola narración abarca varios discursos. Por otra parte es fluctuante ya que
varía entre la parodia, el juego de espejos y lo canónico o normativo.
Antes se seguir adelante me parece
interesante recordar lo siguiente. La novela, cuyo reconocimiento
epistemológico y social es impresionante, no gozó de estatuto propio como tal
género hasta mediados del siglo XX. Más exactamente hasta después 1934 cuando
M. Mijailovish diferenció la novela de
la prosa novelesca y de la poesía lírica. Hasta entonces los críticos
consideraron que la novela carecía del estilo poético y por ello se le había
negado cualquier significación artística para sólo tratarla como un documento.
Actualmente nadie pone en cuestión que el género novela constituye un arte.
Pero, sobre todo, a nadie se le oculta el poder de fascinación que ejercen las
novelas y la repercusión que ello tiene en la economía de mercado. Basta entrar
en cualquier librería importante para darnos cuenta del volumen de producción
novelesca existente. Sobre todo cuando las novelas son convertidas en imágenes
visuales a través del cine y la televisión. El éxito de las telenovelas es una prueba evidente del
grado de fascinación que ejerce este género literario en las masas con los
riesgos que ello lleva consigo para el uso de la razón. Está en juego el falseamiento
de la realidad y la correcta percepción racional de la misma. Pero vayamos por
partes porque el asunto es grave.
2.
Necesidad de las imágenes y conflicto con la realidad
La naturaleza humana está configurada de tal forma que
las imágenes son imprescindibles para conocer la realidad y comunicarla a
nuestros semejantes. Necesitamos elaborar imágenes para conocer la realidad,
para formar nuestros juicios de valor y para transmitir nuestros pensamientos,
sentimientos y deseos a los demás. Siempre que nos referimos a símbolos,
signos, semejanzas, analogías, simulacros, arte, fotografía, conceptos, ideas,
opiniones, pareceres, lenguaje y comunicación humana, estamos elaborando o tratando
de comunicar algún tipo de imagen. Dada nuestra condición humana, el acceso
cognoscitivo a la realidad y el ejercicio de la comunicación interpersonal y
social resultan prácticamente imposibles sin la mediación de algún tipo de
imagen. Esta afirmación supone necesariamente que el concepto de imagen es
analógico. No es lo mismo, por ejemplo, el
concepto resultante del proceso psicológico de la abstracción que una
imagen técnica como resultado de un proceso científico de laboratorio. Las
imágenes son necesarias para acercarnos a la realidad, pero al mismo tiempo nos
alejan de ella. Una buena fotografía nos acerca a la realidad fotografiada,
pero no se identifica con ella, sino que se distancia. Y tanto más cuanto la
fotografía es más artística y técnicamente está manipulada con el fin de
lograr determinados efectos deseados.
El conflicto realidad-ficción en el
plano objetivo, y verdad-engaño en el cognoscitivo, resulta insoslayable. Para
cruzar el Atlántico lo mejor es lanzamos al espacio en un magnífico avión.
Pero sería una temeridad irracional pretender permanecer en el aire
desconectados de los controladores aéreos, que se encuentran en tierra, o
pretender fugamos alegremente de la tierra para vivir en otro planeta por
nuestra propia cuenta y riesgo en las actuales circunstancias. ¿Hasta dónde es
razonable desconectar la imaginación, la fantasía y los sentimientos de los
rigurosos controles terrenos de la razón, para lanzamos a un mundo de vivencias
exclusivamente imaginarias, fantásticas y emocionales? ¿Acaso la historia
personal de muchos artistas y profesionales fanáticos de la imagen no es suficientemente
elocuente?
El problema de las imágenes está
relacionado directamente con nuestra actitud frente al principio de realidad lo
que lleva consigo un problema ético fundamental que podíamos formular así: “¿Hasta
qué punto es razonable y lícito embarcarnos en el mundo de la imagen
alejándonos de la realidad?. La respuesta graduada a este interrogante
fundamental queda descrita del modo siguiente, teniendo como punto de
referencia aquello en lo que todas las imágenes tienen en común como necesidad
y al mismo tiempo amenaza para el uso de la razón.
3. La
“civilización de la imagen”
Esta expresión se popularizó en 1960
con la aparición de un libro de orientación teológica. Un grupo de
intelectuales franceses reflexionó sobre la importancia que ya por aquellos
años había cobrado la imagen audiovisual moderna. Algunos piensan que en el
siglo xx sería más exacto hablar de «civilización del simulacro» y de la mera
representación. El mundo de las imágenes, sobre todo visuales, es fascinante y
muchos las devoran con verdadera ansiedad. En las ciudades más avanzadas los
niños nacen entre ruido e imágenes y no todos tienen la suerte de conocer la
realidad de forma directa. Para muchos de nuestros contemporáneos las imágenes
procesadas por la moderna tecnología son adorables. Por ellas están dispuestos
a perder la cabeza renunciando al pensamiento lógico y a adoptar modelos de
conducta inspirados exclusivamente en la imaginación y el sentimiento, en
desafío abierto al principio de realidad protagonizado por la razón.
Las imágenes visuales tienden a
sustituir por completo a los conceptos inteligibles. Se dispensa más
importancia a lo que se ve directamente por los ojos y se oye con los oídos que
a lo que se pueda entender mediante la inteligencia. La representación y la
apariencia sustituyen a la comprensión del ser. Con la radio, el cine, la
televisión e internet se borran las fronteras geográficas, ideológicas y hasta
personales. Con un pequeño aparato de radio multi-banda se nos ofrece la
oportunidad de oír cómodamente lo que otros quieran decimos desde cualquier parte
del mundo. Ya es posible contemplar en una pantalla de bolsillo las cosas y los
acontecimientos más remotos y recónditos sin necesidad de viajar y correr
riesgos. La fotografía ha propiciado una configuración espectacular del mundo
externo y avanza hacia el microcosmos de los organismos vivientes con promesas
todavía inéditas.
El desarrollo de la informática
constituye el capítulo más fascinante de la historia de la imagen fotoquímica.
La sofisticación técnica facilita tal grado de inmediatez que resulta a veces
difícil distinguir la realidad de su imagen o simulacro. Cuando contemplamos
una puesta de sol a simple vista, la imagen que nos formamos de tan bello
espectáculo natural nos induce a creer que el astro rey se acuesta rozando
suavemente lo más alto del monte y lo más bajo del cielo. Es una imagen óptica
inmediata y sensiblemente evidente. La imagen que se dibuja en la retina de
nuestros ojos es real, pero ello no quiere decir que sea imagen de la
realidad. El juicio de la razón nos dice que se trata de una imagen falsa
porque no refleja la auténtica realidad. Ya a simple vista la imagen suscita
problemas éticos de fondo por su referencia a la realidad.
Cuando la imagen es fruto o resultado
de un sofisticado proceso tecnológico el problema se agudiza aún más. Es el
caso de aquellas imágenes que, por su perfección técnica y grado de manipulación
sobre ellas, el simulacro y la apariencia terminan reemplazando a la realidad
de suerte que resulta muy difícil discernir entre lo que es la realidad
objetiva en su estado natural y la representación figurativa de la misma. La
gente consume vorazmente imágenes, sobre todo visuales, mediante las cuales sus
productores y emisores técnicos imponen de forma gratificante al pueblo sus
formas de entender la vida, sus ideas, sus intereses lucrativos y sus formas de
estar en el mundo. Los medios de comunicación social más destacables son la
fotografía, la prensa, el cine, la radio, la televisión, el vídeo, la
fotonovela, las revistas ilustradas, los carteles y los recursos publicitarios
en general. El uso del ordenador en sus variadísimas modalidades constituye
la culminación actual de todos los media. El público se está
convirtiendo en un fanático espectador, al cual lo que menos le interesa es
conocer el origen de esas imágenes o símbolos. Tampoco lo que realmente
significan en sí mismos o en la intención de quienes los suministran. El
público se comporta sumisamente, apoderándose ávidamente de las imágenes,
acumulando la mayor cantidad posible de las mismas, para verlas una y otra vez
con una actitud reverencial rayando en la superstición.
Otro dato importante a tener en cuenta
es que las fascinantes imágenes servidas por la moderna tecnología se
transmiten de forma más o menos predeterminada a expensas de la capacidad de
reacción crítica por parte de los destinatarios, que son colectivamente
igualados. Tan pronto da comienzo la película, los espectadores se imponen
automáticamente el más riguroso silencio, desconectan inconscientemente la
imaginación y el sentimiento de los controles de la razón y se entregan
gustosamente al torrente de imágenes, que aparecen sucesivamente en la gran
pantalla. El mismo fenómeno tiene lugar frente al televisor y la computadora
con la particularidad nada despreciable de que ahora todo ocurre por lo general
en la intimidad del hogar.
A simple vista podríamos pensar que los
responsables de la producción y emisión de esas imágenes gozan de absoluta
autonomía frente a los medios que utilizan. Pero esto no es verdad. El fotógrafo
que maneja una super-cámara, por ejemplo, apenas hace más que ejecutar unas
instrucciones elementales. El resto lo hace la máquina. La perfección técnica
del medio amenaza con suplir el trabajo creador del que lo maneja. Las
imágenes audiovisuales se han convertido en un producto de consumo masivo, el
cual llega igual a la infancia que a la ancianidad. En los países
materialmente más desarrollados, donde la radio, el cine, la televisión, el
ordenador y las campañas publicitarias invaden la vida pública y privada, los
niños de las grandes ciudades crecen iconizados. Desde sus más tiernos años
están acostumbrados a verlo todo en dibujos e imágenes. Su primera experiencia
consciente suele ser antes con la imagen representativa que con la cosa
representada. Han visto todos los animales en dibujos e imágenes antes que en
la realidad. Cuando se encuentran con la realidad cruda las reacciones no
siempre son positivas. El paso de las imágenes a la realidad objetiva suele ser
traumatizante. Los psicólogos tienen mucho que decir al respecto.
Nuestro mundo es comparable a un
supermercado repleto de imágenes fascinantes que acosan la imaginación y el
sentimiento con tal intensidad, frecuencia y fuerza persuasiva, que ponen en peligro
el desarrollo positivo de los mecanismos de la razón y del ejercicio efectivo
de la libertad personal. La condición singularmente representativa y vicarial
inherente a toda imagen puede empañar y hasta falsificar nuestra visión
correcta de lo auténticamente real y humanamente valioso. Hasta las imágenes
más realistas conllevan un mínimo de alejamiento de la realidad que representan in ordine
naturae. Esas imágenes que nos llegan a través de los media no
son leídas, sino consumidas de forma intransitiva o acrítica por parte de los
destinatarios. «Una fanática religiosidad de lo visual, escribe D. Font,
caracteriza el entorno; un vicio de poseer la imagen espectacular (voyerismo)
se apodera del hombre en un intento por alcanzar lo real de forma imaginaria,
como si de una magia de aprehensión se tratara y, al igual que el hombre del
paleolítico creía dominar el objeto representado en sus pinturas o captar sus
cualidades, el contemporáneo acumula imágenes de lo que es y de lo que no es,
de lo deseado y lo inalcanzable».
4.
La imagen es un lenguaje
Por otra parte, la imagen audiovisual
está henchida de retórica y se presta a las mil maravillas para transmitir
ideología. Esto equivale a decir que la imagen es un lenguaje con sus
características propias. Sus productores y emisores lo saben bien. Constituida
por un entramado de signos codificados o claves convencionales de
interpretación, se presta para la infiltración de mensajes, lo cual es posible
porque detrás del simulacro o apariencia inmediatamente perceptible contiene
múltiples connotaciones, sugestiones e insinuaciones susceptibles de ser
descifradas por el destinatario humano. Estas implicaciones constituyen lo que
se llama retórica de la imagen. Existe una retórica publicitaria, consistente
en utilizar operaciones artificiosas para lograr el asentimiento persuasivo y
emotivo de los destinatarios de la publicidad. De modo similar existe también
el montaje de imágenes móviles con fines análogos a los de la publicidad.
Tales montajes pueden ser considerados como una verdadera retórica de la
imagen audiovisual.
Toda imagen es en alguna medida alusiva
y sugestiva, y esta característica común puede apreciarse de modo particular
en las imágenes audiovisuales por ser el resultado de un artificio. Sobre todo
cuando ese artificio imaginario responde a unas intenciones concretas de los
productores o emisores. Un cartel publicitario, por ejemplo, es por sí mismo
un lenguaje, aunque no vaya acompañado de texto. El cartel posee un código
descifrable por el destinatario del mismo, como un discurso en chino posee sus
claves de interpretación merced a las cuales se puede averiguar lo que con
dicho discurso se nos quiere decir. Entre los artificios más frecuentes,
comunes al lenguaje oral y a las imágenes audiovisuales, cabe destacar algunos.
Uno de ellos es la hipérbole,
como cuando, para demostrar la seguridad de un nuevo automóvil, se
presenta una imagen del mismo lanzado a mil kilómetros por hora, cayendo por
un precipicio abismal y resultando incólumes tanto el automóvil como el
conductor. La hipérbole es el recurso más frecuente para impactar a la gente y
se detecta fácilmente en las imágenes tendenciosas alusivas a la violencia, el
sensacionalismo y el sexo. El recurso a las imágenes hiperbólicas
audiovisuales campea en los artificios conocidos como condensadores de
significados.
Otras veces las imágenes son verdaderas
metáforas. Tal ocurre
cuando se quiere expresar con ellas comparaciones. Así, para atraer la atención
sobre un producto alimenticio se presenta a una joven exuberante y bella en
relación con dicho producto. En este género es muy frecuente el recurso a
imágenes relacionadas con los atletas. Cuando lo que se exhibe en la imagen es
algún aspecto parcial que evoca en el contemplador la idea del todo
correspondiente, la imagen cumple la función retórica de la sinécdoque. Este
género de imágenes abunda en la publicidad turística. La torre Eiffel nos transporta
a París, como la imagen del Parlamento británico a Londres.
Supongamos ahora que pasamos por una
librería y nos encontramos frente a un estupendo retrato de Cervantes. Ello
significa casi con toda probabilidad que allí se pueden adquirir todas las
obras del ilustre escritor. La figura retórica utilizada es la metonimia.
Otro recurso retórico frecuente en el lenguaje de la imagen es la sustitución.
Consiste en reemplazar un signo visual por otro parecido. Así, por ejemplo,
podemos simbolizar la belleza femenina con una imagen de la Venus de Milo, o
evocar la idea del hombre valiente con la imagen de un león. El Apocalipsis de
San Juan es un texto rico en imágenes literarias, posteriormente traducidas en
imágenes visuales.
A todo esto hay que añadir que el
lenguaje retórico de cualquier imagen puede ser reforzado con frases
imperativas, esquemas seductores e imágenes comparativas. Cualquier imagen
visual puede ir acompañada de un texto en el que se insta a comprar o a
cualquiera otra finalidad. A veces se añade otra imagen compitiendo con la
anterior o sumándose a ella en retórica y fuerza persuasiva. Estas sencillas
observaciones pueden ser suficientes para formarnos una idea inicial de la
capacidad de mensaje subliminal de las imágenes audiovisuales. Estos procesos o
recursos son como píldoras subliminales de gran capacidad persuasiva, lo que
explica su frecuencia, por más que para mucha gente resulten imperceptibles.
5.
Elocuencia de las imágenes
La imagen es, por su propia naturaleza,
elocuente. «Por ser lugar viviente de expresión
comunicativa –escribe Alfonso López Quintás- la imagen es elocuente,
constituye una forma de auténtico lenguaje humano; y, como todo lenguaje
verdadero, no sólo comunica algo ya existente, da cuerpo expresivo a los
ámbitos de vida y realidad que se van instaurando al hilo de la historia. Una
sonrisa compartida funda un ámbito de comprensión, de acogida
complaciente, de dulce serenidad. Un gesto hosco, en cambio, crea un clima
de repulsa y distanciamiento... La imagen presenta una contextura relacional
y posee, consiguientemente, una ineludible ambigüedad».
La imagen, además, constituye una
encrucijada hacia lo profundo o hacia lo superficial. La imagen puede
remitimos tanto a la trascendencia como a la vulgaridad de los sentidos y de
los instintos primarios. «Uno puede ver a través de la imagen, hacerla vibrar
con todo lo que implica, contemplarla como lugar de encuentro de lo sensible y
lo meta-sensible que en ella se expresa. Pero puede optar por quedarse en la
imagen vista estáticamente como mera figura y entregarse al ritmo
trepidante de la mera sucesión vertiginosa de figuras, para sentir la
exaltación que produce el dejarse arrastrar por torrentes de estímulos inmediatamente
gratificantes». La imagen, además, puede ser un instrumento humano tanto para
la verdad como para la mentira y el engaño. «Cuando una persona revela su
intimidad a través de una imagen expresiva puede actuar de modo sincero o de
modo falaz. El hombre tiene el enigmático poder de interponer su voluntad entre
la intimidad que se expresa y los medios expresivos, y dotar al acto de
expresión de condiciones opuestas: veracidad o falacia, comunicación o
retracción».
Es cierto que la imagen vive de la plenitud
de la palabra. «Pero también es cierto que la imagen refuerza el efecto de la
palabra de mil maneras, le da colorido, concreción y hace presentes de modo
enérgico los contenidos que la palabra evoca. Entre palabra e imagen media un
vínculo de mutua interacción y enriquecimiento». Por lo mismo, la imagen puede
convertirse en un recurso innoble de manipulación. Ella es una constante
invitación provocadora a lo meramente sensorial y genera o puede generar una
peligrosa y dulce fascinación por lo superficial. «La imagen, por darse a
través de la vista, tiene un poder singular para imponerse, para hacer sentir
su realidad de modo incisivo». De hecho, tocar y ver son las imágenes
sensoriales que más suelen impactarnos como representantes de presuntas evidencias
indiscutibles. «Esta condición de la imagen suscita el apego del contemplador
a su parte meramente sensible y estática, es decir, a la figura. Las
figuras, por su parte, sólo tienen viveza si se suceden con rapidez. La
rapidez se opone al lempo lento que pide la contemplación de las
imágenes y de cuanto ellas expresan de profundo, denso de sentido y
expresividad. He aquí la razón por la cual la imagen y los medios de
comunicación basados en ella se prestan dócilmente al fomento del vértigo de la
entrega pasiva a ríos de impresiones sensoriales». Impresiones que son
unilaterales, entorpecen la visión realista y profunda y se prestan para el
uso y abuso de los demagogos de los medios de comunicación”.
La pasividad ante las impresiones
sensoriales no es todo. La imagen suele ser atractiva y ello facilita la
fascinación por lo superficial y frívolo en el convite de la vida social y
privada. La imagen divierte al contemplador. Es decir, le saca de sí
mismo, le aliena, impidiendo ahondar en los valores humanos permanentes. En la
imagen cinematográfica, por ejemplo, la imagen erótica tiene más atractivo que
las imágenes sobre el amor auténtico. Mediante las imágenes comerciales se
provoca la fascinación por los productos sin necesidad de emitir juicios de
valor, o incluso haciendo más atractivo lo malo que lo bueno. En política la
cosa adquiere niveles de descaro casi increíbles. Las elecciones
presidenciales norteamericanas de 1988 fueron un buen ejemplo de «imagen».
Desde el punto de vista psicológico los expertos están de acuerdo en que el
resultado de las elecciones es cada vez más una demostración del poder de la
televisión para crear la imagen del candidato.
Alfonso López Quintás resume la problemática ética fundamental del
uso de la imagen en política con estas palabras: «Los asesores de imagen
consiguen transmitir al pueblo una idea de ciertos políticos que puede ejercer
un papel decisivo en la hora de otorgar el voto, al margen totalmente de las
cuestiones de fondo que debieran orientar la elección. A través de una imagen
cabe dar la impresión de ser sincero, afable, persona entregada al bien común,
dotada de talante progresista, abierta a un futuro sonriente. La imagen,
debidamente elaborada, puede sugerir condiciones de madurez en un político
extremadamente joven o bien de lozana juventud y energía indomable en una
persona ya entrada en años».
6.
El problema epistemológico de fondo de las imágenes como lenguaje
Después de lo dicho sobre el lenguaje
de las imágenes cabe ya plantearnos algunas cuestiones radicales reconociendo
que existe el riesgo de confundir el nivel de realidad de la imagen, de
cualquier imagen, con otros niveles de realidad o con la realidad misma
absolutamente hablando. Algo así como si uno confundiera una magnífica
fotografía de su madre con la madre real de carne y hueso. O la objetividad de
los hechos históricos con el realismo de las imágenes gráficas que de ellos
nos proporcionan los historiadores y los profesionales modernos de la
comunicación social.
Recuerdo a este propósito el caso de
una joven estudiante de imagen, la cual se hacía el siguiente razonamiento:
siempre se nos había presentado una imagen de Cristo liberado de ciertos
conflictos emocionales y como una persona altamente equilibrada. Sin embargo, en la película La última tentación de Cristo, vemos
con toda evidencia que la realidad fue otra. Confesión sincera en la que se
confirma hasta qué extremo las imágenes pueden suplantar a la realidad sin otro
fundamento que el sugestivo impacto de las mismas sobre el sentido de la vista
sobre un montaje fotográfico, al sesenta por ciento producto de la imaginación
de la fantasía y la intención caprichosa del autor de la película. Existe
el riesgo de dejamos arrastrar por el hechizo del mundo ficción, perdiendo,
como esta joven estudiante, el sentido de la auténtica realidad. Peligro mayor
cuanto más gratificantes son las imágenes que nos sirven los expertos y con
más visos de realismo. Las imágenes pueden no ser reflejos objetivos de realidades,
pero poseen una realidad sui generis ellas mismas, así como una
capacidad de evocación subliminal impresionante. Y ello hasta el punto de que,
como en el caso antes citado, se puede llegar hasta el alucinamiento. O en el
mejor de los casos a confundir los diversos niveles de realidad, la parte con
el todo, lo real con lo simplemente imaginario y efímero.
¿Hasta dónde, insisto, es razonable
entregarse a la creación y vivencia de un mundo ficción, dejando a un lado el
de la auténtica realidad? Nadie pone en duda que para viajar de Europa a
América en poco tiempo y confortablemente lo mejor es embarcarse en un
gigantesco jumbo-jet. Para ello hay que tener el arrojo de dejar la tierra y
lanzamos al aire. Pero ¿qué pensar de un piloto que despegara del suelo
despreciando los controles aéreos sin intención de aterrizar o tomar tierra en
alguna parte? ¿Hasta qué punto es éticamente lícito lanzamos al fascinante
mundo de la imaginación y de la fantasía despreciando los controles de la
razón, que nos mantienen en contacto perenne con el principio de realidad?
¿Hasta dónde es lícito al ser humano huir de la realidad en aras de la
imaginación y del sentimiento, desconectados de la razón? Esta es la gran
cuestión latente en el mundo de la imagen.
Toda imagen, en efecto, por el solo
hecho de serlo, nos aleja de la realidad, y sería un error lamentable dejamos
alucinar por el espejismo de realidad que ciertas imágenes pudieran producir en
nuestra percepción. Alguien ha dicho que la imagen en nuestro mundo actual
equivale a inflación y ceguera. La civilización de la imagen lo es del cliché,
y todo lenguaje icónico es fruto de una estrategia en la que juega un papel
decisivo la persuasión como técnica manipuladora. La llamada “ecología de la
imagen” se refiere a que ésta es capaz de condicionar el comportamiento humano.
La invasión icónica nos hace creer equivocadamente que asistimos a un
espectáculo de realidad nunca visto en el pasado. Es una forma de auto-engañamos
de una manera sumisa y gratificante. La imagen es una realidad, pero modelada,
lo que da lugar a una confrontación entre la realidad y la imagen que la modela.
A esta confrontación radical cabe
añadir otra en tanto que la imagen es modelización representativa de la
realidad en sentido analógico. La introducción de la analogía resulta
indispensable para entender adecuadamente lo que hay de común y de diferente
entre el nivel de realidad referencial y el de su imagen representativa.
Incluso cabe hablar de la imagen como modelización simbólica, lo que implica
una transferencia de la imagen a la realidad. La imagen como tal equivale en
todo caso a una inevitable fuga de la realidad. Al entregarnos sin control
racional al mundo de las imágenes corremos siempre el riesgo de no poder o no
querer volver a la realidad desnuda del mundo y de la vida. Así es como surge
espontáneamente el problema fundamental. ¿Hasta qué punto, insisto, es lícito
entregamos al mundo de la imaginación, de la fantasía y del sentimiento
marginando los criterios racionales que nos mantienen sujetos al principio de
realidad? La representación,
característica principal de las imágenes teatrales, cinematográficas y
televisivas, tiene mucho que ver con el mundo ficción. Lo que ocurre es que los
medios de comunicación se encargan de concretizar físicamente con contornos
bien definidos ese espacio ficticio en algún soporte determinado, como pueden
ser la pantalla o el papel.
Cuando se dice que un signo significa
algo, lo que realmente estamos diciendo es que suple la ausencia de la realidad
objetiva con una presencia diversa, cual es la de su significante. Ahora bien,
el signo goza de un privilegio respecto de la cosa significada, el cual
consiste en estar siempre disponible y dispuesto para hacer indirectamente presente
su referencia semántica. La imagen tomada como signo puede retomar en formas
físicamente diversas sin dejar de ser siempre el mismo signo. La
representación figurativa, característica esencial de toda imagen, suple y
sustituye a la realidad. Pero este hecho, inevitable, hace que salte como una
chispa un problema ético fundamental.
Problema que se agudiza a medida que la
imagen es más sensible a la vista. Toda imagen visual es representación
sensible de algo concreto. La imagen es como el contorno o cáscara exterior de
algo particular. Esto significa que el lenguaje de la imagen es inservible para
expresar la esencia de las cosas, a la que tenemos acceso mediante el lenguaje
verbal. La imagen técnica y sensible sólo puede ofrecemos una visión bidimensional
de tal cosa, acontecimiento o persona. Es la epidermis, no la esencia de lo que
representa. Una fotografía, por ejemplo, expresa un acto concreto de amor,
pero no el amor. Pero también hemos de reconocer que la visión de ese acto
concreto resulta mucho más atrayente o más rechazable que un discurso. Ahí
está precisamente la trampa y el posible engaño de la imagen.
La imagen técnica facilita la
comunicación por impacto directo produciendo fuertes emociones en el receptor,
el cual se siente solicitado a participar en el espectáculo representado. En
ello influyen el ritmo, la luz, el formato de la pantalla y todo el contexto
representativo. Frente a la representación de un fascinante partido de fútbol,
por ejemplo, de una escena amorosa, una corrida de toros o un asesinato,
resulta casi imposible que el espectador permanezca indiferente sin participar
de forma emotiva en un sentido o en otro. La psicología de grupo tiene mucho
que decir al respecto sobre el proceso de despersonalización que suele
desencadenarse cuando esas excitantes imágenes espectaculares son seguidas
masivamente.
La imagen tiene su propia lógica, y
consiste en imponer formas de conducta de una manera directa y determinante,
condicionando profundamente la conducta de las personas. La experiencia enseña,
además, que la cantidad de información recibida mediante las imágenes es muy
superior a la que podemos transmitir en igualdad de circunstancias mediante la
lectura de su descripción verbal. Los expertos en publicidad ponen especial
atención en la rapidez con que debe ser captado el mensaje de sus carteles
publicitarios. A esta eficiencia comunicativa de la imagen audiovisual responde
el dicho popular «una imagen vale por mil palabras».
Otro dato a tener en cuenta es la universalidad
y el poder de evocación que caracterizan al lenguaje de las imágenes. Con la
nueva tecnología de la imagen se ha ampliado enormemente la visión que teníamos
del mundo. Pero no deja de ser apariente, efímera y equívoca. Toda imagen se
presta al equívoco y puede desencadenar mecanismos psicológicos subliminales
con repercusiones profundas en la conducta de las personas. A la tentación de
imitar puede sumarse la de perdemos en un mundo nebuloso, mistérico e irreal
como consecuencia del poder de evocación que acompaña a toda imagen audiovisual
de intensa representatividad.
Mirando a nuestro entorno nos
percatamos cómo la mayoría de los niños crecen en un bosque de imágenes. Antes
de conocer las cosas tal como son en sí mismas, tienen noticia de ellas a
través de representaciones imaginarias o refritos tecnológicos de las mismas.
Nuestros niños han visto las vacas, los pollos y los caballos en los dibujos
del cuaderno del colegio o en las pantallas, y es muy frecuente que cuando ven
esos mismos animales en la realidad se llevan una gran desilusión, si no es que
son víctimas del miedo y del rechazo. La prioridad de la representación sobre
la cosa representada constituye un peligro ético muy serio ya que la cultura
de la imagen ejerce un poder monstruoso de convertir la realidad en ficción y
de inducir al hombre a una actitud infantil y mágica de la existencia.
El mundo de la imagen, en efecto, da
lugar a una cultura ficticia prometedora de una falsa felicidad. La
cultura-ficción consiste en la creación de un mundo feliz artificial puramente imaginario e irreal. O lo que es igual, un
cielo de estrellas de pantalla y frívola exhibición social servido por los
medios de comunicación y con el cual tratamos puerilmente de identificamos.
Decimos y repetimos que la imagen puede terminar suplantando a la realidad y lo
ficticio puede llegar a parecernos más verdadero que lo real. Este, insisto, es
el problema. ¿Hasta dónde es lícito al ser humano abstraer y huir del mundo
real para buscar la felicidad y el sentido de la vida en un mundo creado
caprichosamente a la medida de la fantasía potenciada por la tecnología? Desde
cualquier punto de vista que consideremos la imagen nos asalta el mismo
problema ético fundamental. La imagen, por ejemplo, tiene mucho que ver con los
ídolos y simulacros. Ahí está el peligro de idolatría. Todas las nociones de
imagen nos hablan de alejamiento de la realidad y potencial alienación.
Necesitamos de las imágenes para conocer, para comunicamos y hasta para vivir.
Pero son como las medicinas cuyas propiedades curativas no excluyen otras
venenosas.
El problema ético fundamental de los
profesionales de la audiovisión se perfila como un duelo entre la opción
fundamental por la imaginación, la fantasía, el sentimiento y la tecnología, y
la razón como facultad específica del ser humano, la cual nos mantiene en
contacto directo con el principio de realidad y de finalidad. Dado que la
comunicación humana audiovisual ha de realizarse necesariamente por medio de
imágenes técnicamente procesadas, sería una inmoralidad fundamental ofrecer al
público meras semejanzas, es decir, imágenes falsificadas sin representación
objetiva de la realidad imaginada. La oferta programada de semejanzas por
imágenes realistas constituye de por sí un engaño fundamental. Cuando la
imagen, en lugar de ser reflejo de alguna realidad, no es más que mera
similitud, falla como imagen verdadera y produce el engaño en el receptor
humano de la comunicación. Riesgo que aumenta con la mecanización de las
imágenes artificiales y la producción de las mismas en cantidades astronómicas
sin relación con el ordo naturae. Al reemplazar la imagen por el
simulacro, cuando se informa, lo único que hacemos es servir al público lo que
en términos castizos suele llamarse «gato por liebre».
La imagen tiene algo que ver también
con el vestigio. No es éticamente recomendable quedamos en el mero vestigio,
sin llegar a la imagen representativa
verdadera de realidades. Cabe igualmente preguntarnos hasta qué punto los
medios audiovisuales pueden ser utilizados para transmitir sólo signos
arbitrarios sin relación objetiva ninguna a la verdad, la belleza y el bien
humano. A veces se tiene la impresión de que lo único que interesa a los
profesionales de la audiovisión es la perfección tecnológica, el lucro y el
prestigio social.
Los medios audiovisuales son los
instrumentos separados al servicio de la publicidad y de la propaganda. Tanto
en el sector del comercio, del lucro y del poder financiero como en el de las
ideologías y de los sentimientos los medios audiovisuales se prestan a las mil
maravillas para poner en práctica los mecanismos de la persuasión como técnica
manipuladora. Las imágenes de la persuasión ideológica y comercial llevan
consigo frecuentemente signos con connotaciones intencionales programadas que
poco o nada tienen que ver con las deseables imágenes objetivas portadoras de
verdad, belleza y bondad disfrutables en el contexto de una verdadera libertad
personal. Para resolver este tremendo problema en la práctica es indispensable
que los signos no se desenganchen de las imágenes, como éstas no deben
desvincularse de la realidad. Lo contrario sólo conduce a la decepción y al
engaño.
Es obvio que en el recorrido de la
imagen desde el objeto al sujeto cognoscente y de éste al receptor a través de
los sentidos externos e internos pueden producirse muchas anomalías capaces de
falsificar el mensaje objetivo de la imagen. Este riesgo natural resulta mayor
todavía si tenemos en consideración el posible uso irresponsable de los
modernos medios tecnológicos destinados a la producción técnica de las
imágenes. La posibilidad de manipulación placentera del mensaje es enorme. El
medio técnico puede transformar por completo el mensaje antes de llegar al
receptor. Existe un riesgo natural de adulteración del mensaje, pero tal vez
sea más preocupante el riesgo de manipulación artificial programada. Bastaría
con convertir la imagen en un fin en sí misma en lugar de servirnos de ella
como medio. Nos quedaríamos así con el mero juego de imágenes. En vez de
preocupamos por informar nos dedicaríamos a fabricar imágenes sin relación
directa con la realidad. La información se convertiría así en desinformación o
mal-información y la tecnología suplantaría a la verdad, a la belleza y al bien
humano. Por estas razones parece obvio que en nombre de la cordura humana hemos
de esforzarnos por evitar a cualquier precio la idolatría de la imagen técnica
echando por tierra su propia razón de ser y utilidad.
7. El
desafío moderno de las imágenes técnicas
La imagen técnica es como el epicentro
y la clave para comprender el protagonismo de los modernos medios de
comunicación social y su impacto en la conducta humana. «Quien no comprende en
profundidad –escribe N. Alcover- cuanto gira en tomo al universo de la imagen
técnica, jamás comprenderá ni la naturaleza epistemol6gica, ni el dinamismo
psico-sociológico, ni el porqué de la eficacia de los lenguajes mediales,
impidiéndose concederles la objetiva trascendencia que tienen, y, además, poder
conectarlos, sin instrumentalizarlos, con los lenguajes tradicionales, en
búsqueda de una cultura más globalizante que sume la palabra desde la imagen y
al revés». Por ello hay que insistir en las características específicas de la
imagen técnica y en las diferencias básicas entre el lenguaje verbal clásico y
el icónico moderno. La imagen técnica capta, elabora y transmite la realidad
original sólo en sus contornos sensibles y no esenciales. Nos ofrece la
apariencia externa de las cosas y de las personas, pero no su esencia. Esto,
que es obvio en el cine y en la televisión, es válido también tratándose de
imágenes radiofónicas y en la maquetación visual de los textos periodísticos.
Las imágenes técnicas nos ofrecen
auténticas representaciones sensibles, y no imitaciones al modo de las imágenes
mentales. Ahí radica su impacto en el receptor usuario de los medios de comunicación
social modernos. Ellas nos ponen en contacto directo con las realidades
sensibles a través de los sentidos y a través de la razón. Para ello se usan
técnicas determinadas, mediatizadoras de su proceso comunicacional, y no
razonamientos discursivos. Nuestra cultura tiende así a sumergimos en un mundo
de imágenes audiovisuales cada vez más sofisticado, que caracteriza a la llamada
época posmoderna, en la que el protagonismo humano de la razón tiende a ser
sustituido por el de las imágenes audiovisuales, la imaginación y el
sentimiento con perjuicio de la razón.
El lenguaje icónico o imaginativo
suplanta al lenguaje verbal. Pero las diferencias entre ambos tipos de lenguaje
son tan notables e importantes que conviene recordarlas. La palabra comunica
una idea universal aplicable a todos los individuos de una misma especie
(hombre); la imagen lo es de una visión o aspecto particular e intransferible
(Pedro, Juan). La palabra comunica un concepto abstracto en abstracto, por
ejemplo el amor; la imagen comunica la acción concreta de amar (dos personas
abrazándose). Mientras la palabra nos lleva a la naturaleza íntima de las cosas,
la imagen nos deja sólo en las apariencias externas sensibles. El escritor se
sirve de elementos dados de antemano, cuales son las palabras sistematizadas en
un vocabulario. El que trabaja con imágenes, en cambio, ha de crear sus
propios elementos antes de usarlos en un montaje. Las palabras y el vocabulario
pueden catalogarse en un diccionario recibiendo un sentido unívoco. Las
imágenes audiovisuales son siempre equívocas y no codificables. En las
palabras prevalece el valor semántico sobre la fuerza expresiva, a no ser que
se trate formalmente de lenguaje poético.
Tratándose de imágenes técnicas
audiovisuales, prevalece el valor lingüístico o fuerza expresiva, la forma
sobre el fondo. En el ámbito de la sintaxis cabe recordar que la sintaxis verbal
posee flexibilidad temporal. Se habla de presente, pasado y futuro en grados
diversos. En la sintaxis icónica sólo cabe el presente. Incluso cuando se
representan imágenes del pasado. Esta co-presencia temporal tiene ventajas
didácticas (presentar el pasado como si fuera presente), pero suprime la
evocación literaria. La palabra carece de dimensiones espaciales, se acerca a
lo concreto por la multiplicación de sus elementos. La sintaxis icónica, en
cambio, posee un contorno físico y se acerca a lo abstracto por la
multiplicación de sus elementos. Mientras el lenguaje hablado posee una
sintaxis cerrada y rígida, la icónica es abierta y flexible, los planos y las
secuencias se yuxtaponen dejando siempre que se logre su significación plena en
la totalidad. Por otra parte, la sintaxis verbal admite la afirmación, la duda,
la negación y los interrogantes; la imagen directamente sólo afirma, aunque lo
que afirme sea una duda.
En cuanto a la lógica, la imagen
verbal, al expresar directamente los conceptos, nos lleva derechamente a las
ideas y sólo por derivación o consiguientemente produce emociones; la lógica de
la imagen, en cambio, conduce directamente a la emoción, y sólo derivadamente
podría evocar ideas. La imagen muestra opiniones y juicios afectivos o
emocionales, pero no demuestra verdades ni emite juicios racionales. El
lenguaje hablado, por el contrario, posee una concatenación lógica capaz de
expresar la causalidad de las cosas, lo cual no tiene lugar en la lógica
icónica, cuya concatenación es sólo espacio-temporal. La causalidad queda
confiada a la integración y eventual interpretación por parte del receptor o
espectador. Las palabras sirven para convencer y precisar, las imágenes para
conmover y sugerir.
El mundo de la imagen audiovisual tiene
sus luces y sus sombras. Sin duda alguna favorece una visión más universal del
mundo y de la convivencia humana. Al favorecer la universalidad, genera una
mayor conciencia de implicación en los asuntos humanos de la entera humanidad.
El mundo de la imagen técnica audiovisual favorece el enriquecimiento de
nuestros conocimientos, intensifica nuestra vivencia del presente y potencia
el desarrollo de nuestra sensibilidad. La imagen puede contribuir a la mejora
de nuestra condición humana en muchos sentidos. Como se dirá más adelante, no
podemos vivir ni convivir de forma plenamente humana sin imágenes. Pero una
afirmación exagerada de esta necesidad puede elevar el alto riesgo ya existente
de sofocar el uso de la razón en lugar de ayudar a desarrollarlo mejor. Para
mejor comprender el alcance de esta afirmación vamos a recordar lo que se
conoce como «características negativas del hombre de la iconosfera». Esas
características negativas serían: empequeñecimiento vivencial, equiparación de
la importancia de los hechos, desconocimiento del propio yo, olvido del pasado
y del futuro, destrucción de la sensibilidad e intoxicación del mito.
La tendencia universalista de la imagen
puede degenerar en la visión reducida a la medida de un local determinado, en el
que lit contemplan las imágenes y a la de unas imágenes tan concretas y
determinadas que impidan ver más allá de ellas. Las imágenes den favorecer
también la curiosidad simplista y la pasividad. Es lo que se ha denunciado como
la vivencia de hombres y mujeres que se acostumbran a vivir miserablemente en
plena riqueza de datos e imágenes acumulados sin digestión
mental. Por otra parte, la conciencia de implicación puede degenerar también en
un déficit de capacidad interpretativa personal que nos lleve a conceder a
todos los datos informativos la misma importancia. Como si las cosas no
tuvieran otro valor que el haber aparecido antes o después que otra en las
secuencias icónicas. La tecnificación en la transmisión de los mensajes puede
inducimos a identificar la importancia de cuanto una determinada técnica
produce. Las cosas y los acontecimientos nos vienen dados por orden secuencial
y sin relevancia por razón de su valor objetivo. Se corre así el riesgo de
frivolizar la historia humana pasando todos los acontecimientos por el mismo
rasero del puro orden técnico secuencial. Cierto que la imagen puede ser una
fuente de conocimientos, pero cabe el riesgo de que los medidores de las
imágenes sólo contribuyan a aumentar el caudal de conocimientos superficiales meramente
cuantitativos y generadores de confusión del propio yo.
El mero almacenaje de conocimientos en
el mejor de los casos puede generar erudición, pero no sabiduría de la vida y
fortalecimiento del yo personal. La actividad icónica debe estar sometida a la
razón si no queremos que la inflación de imágenes sofoque la maduración de
nuestra personalidad. La imagen audiovisual es como un fagocito del pasado y
del futuro del hombre, al que sumerge dulcemente en una vivencia intensa y
exclusiva del presente sensible. Lleva consigo la castración implícita del
sentido de la historia. Malo es prescindir del pasado humano, pero es más
peligroso aún pretender sumirse en un presente sin proyección de futuro. Está
en juego la opción fundamental para la trascendencia y la felicidad misma del
hombre. Y lo que es tan grave y paradójico:
la imagen técnica moderna audiovisual puede contribuir poderosamente a
desarrollar nuestra sensibilidad, pero también acabar con ella. Con frecuencia
las ofertas audiovisuales de los medios de comunicación social son zafias
porque, como insiste Alberto Alcover, lo
que con frecuencia se nos ofrece «es una vida desvivida de todas aquellas
potencialidades de verdad, bondad y belleza que los seres humanos albergamos en
nuestra intimidad, y que si son machacadas por la mentira, la maldad y la fealdad
más descaradas, nos convierten en factores de inestabilidad y embrutecimiento”.
Está, por último, el riesgo de que,
bajo el influjo de las imágenes técnicas audiovisuales, el mundo de los mitos y
de las irrealidades suplante en nosotros al mundo de la realidad, en lugar de
ayudamos a comprenderla mejor. Entonces nos encontramos con la “pseudomitificación
de lo real”, convertido en espectáculo alucinador, en una especie de divinidad
tan intocable como trágica, que, al obnubilarnos y sacamos de nosotros mismos
para proyectamos hacia lo inexistente, aniquila el compromiso, el análisis y la
capacidad lógica hasta el extremo de hacemos perder el mismo sentido de la
realidad. A nadie se le oculta que, así las cosas, el consumo indiscriminado de
imágenes constituye un riesgo permanente de sofocar el uso de la razón. Las
imágenes son la base nutricional de la inteligencia pero su consumo ha de ser
regulado y controlado por la propia inteligencia. Ésta asume y asimila las que
le son convenientes y rechaza las que le pueden ser nocivas.
8. El liderazgo de la razón
La imagen bajo la razón de imagen nos
distancia de la realidad y nos sumerge en el mundo de la imaginación, de la
fantasía y del sentimiento. A este hecho fundamental es oportuno añadir que la
tesis de David Hume, según la cual la ética es un asunto exclusivo de
sentimientos y no de razones, está siendo aplicada literalmente al campo de la
bioética y ejerce poderoso atractivo en el de la vida artística y estética. Su
aplicación a la tecnología de la imagen audiovisual llevaría consigo la
justificación teórica del alejamiento sistemático del principio de realidad
subordinando el correcto uso de la razón a la vivencia caprichosa de los sentimientos. La pretensión de
derribar el protagonismo de la razón en los asuntos éticos es tan vieja como la
historia del pensamiento filosófico. Pero el intento más peligroso de los
últimos tiempos lo encontramos en el neofreudismo-marxista de Herbert Marcuse
a la sombra de la metafísica kantiana. La imaginación estaría llamada a
reconciliar con el arte el presunto despotismo histórico de la razón sobre el
sentimiento. Esta sería la gran tarea hoy en día de los profesionales de la
imagen. Los posmodernos van todavía más lejos, desacreditando cualquier recurso
a la razón y proclamando la supremacía del sentimiento y la imaginación
desvinculados de la razón. La ética no sería más que una retórica del
sentimiento y de la persuasión sin vinculación finalista racional. La pos-modernidad
significa en este sentido una vuelta histórica a la frivolidad ética de los
sofistas griegos.
Pienso que en nombre de la experiencia
humana más castiza y liberada de prejuicios hay que rechazar tanto la opción
racionalista como abuso de la razón cuanto la irracional o sentimental como abuso
del sentimiento y de la imaginación. Una opción fundamental razonable, y
por tanto humana, exige aceptar el liderazgo de la razón sobre la vida imaginaria
y sentimental. Liderazgo que no significa represión o sumisión despótica, sino
orientación y dotación de sentido a esos sentimientos ciegos por su propia
naturaleza y comunes al mundo animal. La actividad de la razón sin imaginación
y sentimiento es tan indeseable como la vivencia sentimental atizada por la
imaginación sin vinculación a la razón. La razón sola mata nos tiraniza, pero
la imagen y el sentimiento irracionales nos llevan al abismo de la irrealidad,
del engaño y de la frustración. Quienes no aceptan el liderazgo de la razón sobre
su imaginación y sobre sus sentimientos corren el riesgo de perder su norte. La
prueba contundente la tenemos en la infelicidad y fracaso vital de no pocos
profesionales de la imagen artística y de pensadores desequilibrados que han
pasado a la historia con más penas que felicidad personal. Imaginación,
fantasía y sentimiento, cuanto más mejor. Pero sólo a condición de que su
ejercicio esté presidido y regulado por el principio de realidad interpretado
por la facultad específica del hombre, que es la razón.
9 ¿Función
figurativa o reproductiva de la
realidad?
Las imágenes audiovisuales son todas
artificiales. Ahora bien, toda imagen artificial representa figurativamente. Imagen, en efecto, es lo mismo que
representación figurativa. Esto significa que tales imágenes no
deben confundirse con lo que comúnmente llamamos reproducir materialmente
la realidad. La representación figurativa difiere de la mera reproducción en
que ésta realiza el mismo acto, la misma cosa, el mismo acontecimiento. La
representación, en cambio, se refiere a la simple representación figurada.
Ahora bien, la figura no es la realidad. La figura es como la sombra. La reproducción
se dice prioritariamente de la cosa objetiva en sí misma, mientras que la
representación se dice prioritariamente de la figuración de las cosas, de las
personas y de los acontecimientos.
Hecha esta aclaración, podemos decir ya
que la imagen como tal, es decir, como representación figurada, en sí misma es
éticamente indiferente. Se dice buena o mala por el modo de representar.
Desde una perspectiva ética razonable no se puede confundir, por ejemplo, la
moralidad específica de la acción de representar con la materialidad intrínseca
de la acción representada. Así, por ejemplo, representar un asesinato no es
matar como representar un robo no es robar. La salud ética de la creación de
imágenes depende de la capacidad de los profesionales para representar
figurativamente sin reproducir.
Los grandes artistas sson capaces de representar hasta las cosas y conductas
objetivamente más detestables sin reproducirlas. En representar artísticamente
los crímenes, si llega el caso, sin perpetrarlos en la realidad ni inducir a
que otros los ejecuten. Esta es la prueba de fuego de los grandes
artistas.
10. El
impacto de las imágenes bajo el control de la razón
Sobre el influjo de las
imágenes audiovisuales relacionadas con los mass media se ocupan
ampliamente los sociólogos y los psicólogos. Remito al lector a esos numerosos
estudios existentes. Pero un poco de sentido común y de reflexión es suficiente
para hacemos una idea aproximada de los problemas psicológicos y éticos que
surgen de ese influjo, tanto personal como colectivo. Toda imagen artificial es
lenguaje y posee su propia moralidad específica por su modo de representar, aun
sin pensar en sus potenciales destinatarios o en el contenido objetivo de la
misma. Fijemos por un momento la atención en el eventual influjo que la imagen
puede ejercer sobre los destinatarios. Más que hacer un estudio analítico
pormenorizado del tema nos limitamos a descubrir y enunciar el criterio
racional que debe prevalecer siempre en ese campo de acción. Haciendo
abstracción del aspecto personal o colectivo del influjo, merece la pena
destacar tres tipos de influjos comunes fácilmente detectables y éticamente evaluables.
Se habla del influjo por enseñanza. No
me refiero al método de enseñar escolásticamente con la ayuda de imágenes
audiovisuales para reforzar o incluso sustituir el discurso verbal clásico. En
estos casos surgen problemas particulares que se estudian en la ética y
deontología de la educación. Me refiero al hecho, comúnmente conocido, de que
la contemplación de ciertas imágenes impulsa a muchos a realizar eso mismo que
aparece figurativamente representado. Las imágenes son por sí mismas maestras
que nos enseñan a hacer lo que estamos viendo en ellas independientemente de la
presunta intencionalidad magisterial de los creadores de las mismas. La imagen
de un suicidio, presentada con fines exclusivamente informativos, por ejemplo,
puede convertirse en la pista orientativa de suicidios en cadena. Y las
imágenes informativas en materia de terrorismo pueden ser la mejor lección de
terrorismo para ciertas personas. El influjo por enseñanza plantea el problema
ético de la imitación, la cual puede terminar en la reproducción y
ejecución material de lo representado por la imagen. Este tipo de influjo puede
ser inmediato o subliminal, pero en cualquier caso habrá que tener en cuenta
las inclinaciones predominantes de los
destinatarios de esas imágenes, así como la proporción de motivos para exhibirlas o quitarlas de
la vista de tal o cual público. Pienso que el mejor criterio ético como
antídoto para evitar ese posible influjo pernicioso es educar a la gente para
que aprenda a no perder jamás el sentido de la realidad y a superar con la
reflexión el engaño inherente a toda representación figurativa, sobre todo cuando
arrastra consigo la carga de una intencionalidad dudosa, de imaginación y de
sentimiento.
Se habla también de influjo por
sugestión. La imagen enseña siempre lo que representa, bueno o malo. Pero
no necesariamente de una manera sugestiva. La sugestión se produce cuando la
imagen resulta atractiva y fascinadora. El espectador queda como absorto ante
ella y emocionalmente conmocionado. Aparece entonces la tendencia a adherirse
e identificarse con ella. Baste pensar en la concentración con que ciertos
adolescentes se pegan a las pantallas o al auricular embrujados por ciertas
imágenes audiovisuales transmitidas por los medios de comunicación. Surge aquí el problema ético de la pérdida de la libertad interior para
decidir u optar por otra cosa que no sea lo que se nos ofrece en esas imágenes.
Es difícil medir la capacidad de resistencia psicológica de las personas
frente a la eventual sugestión imaginativa y emocional. Cada persona debería
asumir la responsabilidad de conocerse a sí misma en este sentido. Lo cual no
significa que los productores y emisores de imágenes estén exentos de
responsabilidad dispensándose a sí mismos de tener en cuenta por lo menos lo
que la experiencia común enseña al respecto. Las diferencias de edad, el grado
cultural, la educación previa recibida y las circunstancias ambientales en que
las imágenes son exhibidas constituyen una pauta ética suficiente para atenuar
mínimamente los eventuales efectos nocivos de la sugestión. Cuando el
grado de sugestión se dispara tiene lugar lo que suele llamarse influjo hipnotizante.
El espectador queda como abstraído y alienado de la realidad inmediata de
la vida y como sumergido por completo en el mundo nebuloso y fantasmal de la
imagen. Al contemplar ciertas imágenes, se desactivan los circuitos de acción
cerebrales, reduciendo la actividad psíquica del espectador a una actividad
exclusivamente imaginativa. Desactivados los mecanismos de la razón, el
espectador queda a merced de los reflejos más primarios y elementales sin
relación con el mundo real exterior.
Lo alarmante de este fenómeno es el
estado de alienación al que queda reducido el espectador. La persona humana,
en efecto, sufre una profunda hetero-dependencia
mental y pasividad enajenante que conduce a la evasión. Se produce una confusión mental en los espectadores de
los medios de comunicación masiva debida al impacto de los mensajes
informativos heterogéneos e inconexos.
La televisión, por ejemplo, contribuye a crear en determinados casos una visión
unidimensional de la realidad, y en otros ofrece una cultura mosáica en
la que el único hilo que conecta los contenidos informativos con otros es su
valor de noticia o novedad efímera como atractivo. La hetero-dependencia creada
en los destinatarios de la información gráfica con frecuencia constituye un
atentado contra su conciencia ética personal al ser manipulada y
“alterodirigida” por los agentes informativos. Obviamente, lo que está siempre
en juego en estos casos es el principio de libertad y el principio de realidad,
que son atropellados con la alienación y la evasión. De ahí la necesidad de ser
vigilantes para defendernos contra el riesgo de perder nuestra libertad
interior o de huir de la realidad entregándonos al consumo indiscriminado de
imágenes potencialmente alienantes y
evasivas desactivando los necesarios controles de la razón.
11.
Intencionalidad y contenido de las imágenes
En toda obra audiovisual cabe
distinguir la intencionalidad del autor y el contenido objetivo que ella
representa. Tomemos como ejemplo ilustrativo la película titulada La última
tentación de Cristo. Muchos
de los críticos atacaron el filme precisamente porque no se ajusta en su
contenido a la realidad histórica de la persona de Cristo. En respuesta el
autor confesó en repetidas ocasiones que sólo pretendió realizar una obra de
fantasía y no un documento histórico sobre la persona real de Cristo. Ciertos
críticos atacaron la película por su contenido objetivo, y el autor se
defendía apelando a su intención, no identificable con el contenido reconocible
en la obra. Esta distinción real entre la moralidad objetiva de la obra y la intencional
del autor se confirma por los hechos siguientes. Toda imagen es signo y
lenguaje. La imagen habla por sí misma, sin necesidad de ser activada
intencionalmente por su autor. La película que terminamos de mencionar tiene
un contenido representativo que nada tiene que ver con el que puede apreciarse
en la película Candilejas. La obra audiovisual, además, continúa
comunicando su mensaje independientemente de que el autor esté vivo o muerto o
cambie de idea o estimación por la misma. Más aún. Una vez producida la obra,
ésta hipnotiza, transmite simpatía o antipatía y solicita sentimientos muchas
veces opuestos a los pretendidos por el autor. De ahí el que una obra audiovisual
pueda ser éticamente considerada por sí misma como correcta, incorrecta,
aceptable o rechazable independientemente de la carga intencional del autor y
de las reacciones que pueda provocar en los diversos públicos condicionados por
sus ideas o prejuicios. El criterio ético racional que ha de presidir la
evaluación moral de la obra audiovisual por razón del contenido objetivo que
representa es el de la adecuación de los contenidos temáticos e ideológicos
que representa con la verdad objetiva. Si la obra deforma la realidad (piénsese
en filmes de documentación o en informativos de radio y televisión), ocultando
algo esencial, engañando, atentando contra la veracidad, estaríamos ante obras
objetivamente inmorales.
12. Visión superficial de la vida
Con los pies puestos en el suelo es
obvio que corremos el peligro de vivir iconizados. La llamada «civilización de
la imagen» es un tipo de cultura determinada en muchos aspectos por el
predominio de la imagen en los medios de comunicación y diversión o
entretenimiento. La imagen se ha convertido equivocadamente en la panacea
cultural, como si tuviéramos que verlo
todo con los ojos de la cara y con el menor esfuerzo posible para estar a la
altura de las circunstancias de la modernidad y del progreso humano. Lo cual no
parece haber dado los resultados ilusamente esperados. La razón objetiva de
este desencanto es obvia. La imagen es de por sí un fenómeno ambivalente e inspira modos
diversos, a veces antagónicos, de relacionarse con ella, de forma semejante a
lo que acontece con el lenguaje. Es un error serio considerar a la imagen como
una panacea cultural.
Por otra parte, la imagen es como el
rostro de los seres expresivos. «La vertiente sensible- insiste López Quintás-
en la que se expresa y hace patente la intimidad de un ser recibe el nombre de imagen.
Toda imagen presenta por ello una particular tensión y riqueza de sentido,
posee un carácter ambiguo, bifronte, poderosamente simbólico: remite a
zonas íntimas de los seres expresivos por constituir un lugar de apertura
comunicativa. La imagen supera en profundidad a la figura. Ella es
un lugar de vibración de la realidad en el ser expresivo». «La figura es
la parte sensible de la imagen vista de modo estático, en sí misma, no
como lugar de presencia de una realidad expresiva que se comunica en ella». Y
añade el ilustre autor: «Una foto vulgar transmite figuras. Un retrato
artístico plasma imágenes. La imagen se instaura de dentro afuera, en
virtud de un impulso creador. La figura es un conjunto de rasgos coherentes que
forman un todo lleno de sentido pero se quedan bloqueados en sí mismos.
Proceden de una realidad expresiva pero se los toma en sí, como algo aparte.
Por eso la figura puede ser dibujada artificiosamente. No así la
imagen, que debe ser creada espontáneamente». Por supuesto que estos
efectos no se consiguen siempre a la primera de cambio. Para lograr mantenerse
en el ámbito de lo superficial hay que conseguir que el espectador se quede
fijado en la mera figura, sin exigir auténticas imágenes sin tener añoranza por el trasfondo que en ésta
late. Por ello actualmente se concede una importancia decisiva a la imagen
vista como mera figura. Ello puede ser indicio de cortedad de miras por parte
de los espectadores, de falta de penetración en la mirada, de degeneración de
la imagen y quiebra de la imaginación. Lo cual supone a su vez mengua de la
creatividad. El cultivo masivo de la imagen, reducida a figura y a medio de
fácil distracción contribuye a tomar actitudes superficiales frente a la vida
vistas las cosas desde la atalaya y uso correcto de la razón.
13. Sugerencias desde la razón y el principio de realidad
Tanto el entreguismo alegre al mundo de
la imagen como su rechazo radical son actitudes éticas peligrosas y
razonablemente difíciles de justificar. La indiferencia humana frente a las
imágenes es prácticamente imposible. Necesitamos de las imágenes para elaborar
nuestro conocimiento primero y para comunicarlo después. La imagen es un medio
natural de comunicación humana. Sin imágenes no es posible vivir en este mundo
como personas. Pero borrachos de ellas resulta muy difícil vivir con dignidad.
La realidad de los hechos y de nuestra condición humana obliga a adoptar una
postura realista y razonable.
En términos generales hay que reconocer
que en el mundo de la imagen hemos de contar con el recurso a la ficción
imaginaria. Admitido este hecho como ineludible, cabe hacer las siguientes
recomendaciones: a) No perjudicar con las imágenes al honor, intimidad o
imagen moral de las personas concernidas ni del público receptor de las mismas.
b) Destacar debidamente el fin que se persigue con las imágenes. Las
imágenes con finalidad informativa, por ejemplo, deben ser lo más fieles
posible a la realidad de los hechos de los que se informa. c) No
crear confusión en el público presentando las imágenes de forma que resulte
difícil o imposible discernir entre lo que las cosas realmente son y cómo nos
las presentan. d) No es de esperar que el autor de una película, por
ejemplo, explique en cada momento cuándo está utilizando elementos reales o
ficticios. Pero debe ser fiel a la realidad y evitar la confusión metodológica
del público, por más que éste no esté dispensado de aprender a descifrar el
lenguaje específico de las imágenes que contempla. e) La introducción de
elementos ficticios en la información audiovisual es una exigencia del medio,
de la estética y del buen gusto. Pero a condición de que la fascinación sensual
y la verosimilitud no suplanten al principio de realidad. f) En toda
información en cuyo procesamiento entran en juego elementos ficticios o
imágenes, el informador ha de permanecer siempre fiel a la realidad que relata
sin ocultar que está informando en clave ficticia. Es una forma de decir que el
deber de no mentir exige la sinceridad de identificar lo que corresponde a la
realidad de base y lo que pertenece al mundo-ficción. La introducción de
elementos ficticios en el relato de una historia se justifica siempre que se
atenga a los cánones de la estética y no contribuya a falsear sustancialmente
la realidad. g) Tanto en la ficción pura como mixta, tratándose de
medios informativos, el comunicador ha de ser sincero evitando el plagio y
respetando los principios éticos de la estética. h) Se ha de evitar que
la ficción audiovisual se convierta en un medio de manipulación sentimental del
público.
14. Novela pura, novela histórica e historia
novelada
Si preguntamos a un niño de cuatro años
qué es un cuento lo más probable es que no sepa responder. Pero si le contamos
uno interesante casi con toda seguridad nos va a pedir que le contemos otro.
Sabe perfectamente lo que es un cuento, aunque no sepa definirlo, y lo
distingue al instante de cualquier otro relato. Pues bien, una novela es
cualquier narración en prosa más extensa que un cuento con una trama más o
menos complicada en la que intervienen personajes y ambientes bien definidos
con lo que se crea un mundo autónomo e imaginario. El término novela en español procede del italiano novella y éste del latín nova, que significa literalmente noticia.
Una novela, pues, es algo novedoso susceptible de ser noticia. Los expertos
dicen que el término novella en italiano comenzó a utilizarse después
para nombrar los relatos de ficción con una extensión entre el cuento y el romance.
Se han estudiado hasta la hartura todas las características de la novela como
género literario, pero a nosotros sólo interesa destacar lo que es esencial y
común a cualquier tipo de novela, desde las antiguas novelas de caballería,
descalificadas por Cervantes en El
Quijote, hasta la moderna novela policíaca o de ciencia ficción, pasando
por la novela “progre”, posmoderna y violenta.
La razón de hablar aquí con preferencia
de la novela es porque se trata de un género literario en auge, el cual se
presta más que otros para introducirnos en el mundo de la imaginación y de la
fantasía alejándonos del principio de realidad. La novela es un género
literario maravilloso pero sólo útil y aconsejable para la vida si se lo maneja
con maestría. La razón en que apoyo esta afirmación es obvia. La novela pura, o
pura novela, si es que ésta es posible, se realiza en el terreno de la pura
ficción. Es fruto de la fantasía sin fundamento sólido en la realidad
extra-imaginativa. Otras veces la novela pretende ser histórica. En cuyo caso
el novelista trata de explicar o criticar hechos reales que han acontecido en
una trama novelesca. Y está la historia novelada en la que el escritor quiere
contarnos la historia de forma imaginaria lo que le obliga a falsear la
realidad de la misma. Para destacar la
importancia de la novela como género literario y la necesidad de estar
vigilantes para no engañarnos alejándonos peligrosamente de la realidad en aras
de la imaginación y la fantasía, me parece útil recordar algunos títulos de
obras maestras en su género. Unas breves reflexiones sobre su naturaleza,
intencionalidad y contenido objetivo pueden ser suficientes para darnos
cuenta de la necesidad de no claudicar
del uso de la razón ante el imperio de la imaginación y del mundo ficción.
15.
Realismo apocalíptico
Hablando de los géneros literarios nos
hemos referido antes al género apocalíptico. Aparentemente, resulta difícil
imaginar un libro más alejado de la realidad y comprometido con la imaginación
y la fantasía que El Apocalipsis. Su
lectura puede resultar a muchos desesperante. Parece como si el autor tuviera
particular interés en oscurecer lo que es claro y ennegrecer lo que es oscuro
con tal de que el lector no entienda en absoluto lo que está leyendo. Es como
si estuviéramos leyendo un sueño absurdo que produce pesadillas. Es un escrito
tachonado de símbolos que ni los expertos han logrado todavía descifrar
satisfactoriamente. Por supuesto que los estudiosos del lenguaje han encontrado
siempre en este libro una mina de sugerencias y trucos literarios. A pesar de
todo, y esto es lo importante, este libro, contra todas las apariencias, es un
libro realista que no se pierde en la imaginación. Esta afirmación puede
resultar chocante, pero no tanto si se tienen en cuenta las reflexiones que
hacemos a continuación.
A nadie se le oculta que la novela, la
poesía y el teatro (incluso la música) han sido con frecuencia en la historia
una trinchera ideal para burlar abiertamente la falta de libertad de expresión
pública. Todos los movimientos revolucionarios, indeseables unos y ejemplares
otros, contaron con poetas y artistas que mediante el recurso a las imágenes
literarias fueron socavando las resistencias de muchos tiranos. Pues bien, para
descifrar el objetivo realista del autor del libro bíblico del Apocalipsis, basta tener en cuenta el
contexto políticamente represivo en que se encontraban sus destinatarios así
como la urdimbre de su mensaje por relación al Antiguo Testamento. Los expertos
no han llegado a desvelar todo el entramado histórico-literario del texto en
cuestión pero sí disponemos de datos suficientes para sostener la tesis de su
realismo.
Históricamente se sabe que el Apocalipsis
fue escrito cuando las persecuciones romanas contra los cristianos se hicieron
más cruentas, sobre todo en tiempos de Domiciano. Este, como algunos otros
emperadores, exigió que sus estatuas fueran adoradas en todo el territorio
imperial., cosa que los cristianos se negaron a hacer por motivos religiosos.
Los Césares se autoproclamaban ‘Señor de Señores’, además de ‘hijos de Dios’,
títulos que los cristianos reservaban exclusivamente para Jesucristo. Pues
bien, el Apocalipsis fue escrito en ese contexto histórico por lo que
abundan en él referencias múltiples a estas persecuciones y a los consejos que
el autor daba a sus lectores cristianos para que se mantuvieran firmes en la fe
y soportar las calamidades de la persecución poniendo la esperanza final de la
nueva Jerusalén. La clave histórica para descubrir el contenido realista del
libro del Apocalipsis, según Prévost;
podía ser esta: Persecución de los cristianos bajo el emperador Nerón,
destrucción del templo de Jerusalén por los romanos y expulsión de los judíos
del territorio de Palestina ((70-73). A partir del año 73 se incrementaron los
conflictos entre judíos y cristianos y hacia el año 90 fue escrito el Apocalipsis siendo Domiciano emperador
de Roma. Domiciano impuso por la fuerza a los cristianos el culto al emperador,
los cuales, como no podía ser de otra manera, se negaron a ello provocando así el recrudecimiento de las
medidas imperiales contra ellos.
Con estos datos ya tenemos una de las
claves para descifrar el carácter realista del texto en cuestión. El género
literario apocalíptico de este libro no se justifica por el deseo de escapar de
la realidad hacia el terreno incontrolado de la imaginación sino todo lo
contrario. La represión política y falta de libertad de expresión obligó al
autor a expresarse así convencido de que sus destinatarios sabrían aplicar las
imágenes correctamente a la vida real. No se trata, pués, de un libro fantasioso y fuera de la
realidad sino de un libro realista en el que el autor elige el género literario
que le permite comunicar unas creencias y convicciones a sus destinatarios
sometidos a persecución y desposeídos del derecho a la libertad de expresión.
Por otra parte, los expertos han logrado ya descifrar el significado real de
algunas de las imágenes utilizadas, con lo cual se confirma el realismo del
género apocalíptico utilizado por el autor del Apocalipsis. Babilonia, por ejemplo, significa Roma con todo su
poder político. La primera fiera es el imperio romano y la segunda, el culto al
emperador. El caballo blanco significa al
Cristo verdadero que murió por nosotros en la Cruz y con el que pretenden
identificarse los falsos predicadores confundiendo y engañando a la gente. El
caballo rojo, que aparece matando hombres y llevándose la paz de la tierra,
simboliza la guerra. El caballo negro simboliza la hambruna. El pálido, la
peste y así sucesivamente.
Los analistas del lenguaje utilizado en
la redacción del Apocalipsis
encuentran muchas dificultades para hallar la clave simbólica de cada imagen
pero todos están de acuerdo en el realismo de su mensaje. Después de un corto
período de expansión, siempre difícil pero estimulante, los cristianos entraron
en conflicto directo con Roma. El año 64 Nerón desencadenó la primera
persecución contra ellos en la que fueron asesinados los dos líderes más
importantes, Pedro y Pablo. Domiciano (81-96) fue un verdadero tirano con la
pretensión de hacerse tratar como dios hasta reclamar culto público. Muchos de
los cristianos que se rebelaron contra tanta estupidez fueron dados en pasto a las fieras. En tal
situación interviene el autor del Apocalipsis
para denunciar la represión tiránica y levantar el ánimo de los cristianos.
Pero la falta de libertad de expresión
le obligó a lanzar su mensaje de esperanza haciendo uso, como ya se había hecho
en circunstancias análogas en el Antiguo Testamento, del lenguaje y estilo
apocalíptico. Un lenguaje para nosotros desconcertante pero que en aquel
momento histórico a nadie le pillaba de sorpresa por ser un lenguaje conocido.
La realidad era que los cristianos estaban políticamente condenados a
desaparecer frente a lo cual había que buscar la manera de hablar de Cristo y
de su Iglesia burlando el status de
represión decretado contra ella. Y esa fórmula práctica se encontró en el
lenguaje apocalíptico. He hecho estas consideraciones para reivindicar el
realismo del Apocalipsis a pesar de
que su estilo pudiera dar a entender que se trata de una huida de la realidad.
Lo cual no significa que me agrade este género literario. En efecto, no seré yo
quien lo utilice, a menos que me vea en la desgracia de tener que hablar bajo
el yugo de la tiranía o de la falta de libertad para usar la razón.
16. Realismo quijotesco
D. Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) escribió
una de las novelas más bellas de la historia universal: Don Quijote de la Mancha. Como novela cabe pensar que se trata de
un libro ficción y lo es. Pero me llamó siempre la atención el realismo de su
mensaje central. La primera lectura de esta obra magistral suele causar en los
lectores poco avisados la sensación de que se trata de un libro ingenioso para
divertimiento y recreación de la imaginación. Tanto Sancho como D. Quijote
hacen reír con sus extravagancias y donaires. La segunda lectura suscita la
reflexión y durante la tercera el lector descubre la seriedad y realismo del
autor. D. Quijote se arruina económicamente y pierde la cabeza comprando y leyendo
novelas de caballería. La razón de la sin razón, es decir, la imaginación, se
convierte en el motor de su vida tratando de reproducir fielmente las escenas
más irracionales y descabelladas descritas en aquellos libros salidos de la
“loca de la casa” que es la imaginación activada sin el debido control de la
razón. La vida de D. Quijote y de Sancho Panza es presentada con humor y
dramatismo.
Pero hay un momento de la trama en el
que el lector ya no sabe si Sancho, símbolo de la realidad, ha perdido el norte
y se ha marchado psicológicamente por los cerros de Úbeda de la imaginación
alocada de D. Quijote. Más aún, cuando D. Quijote vuelve a la cordura y al
mundo de lo real, se tiene la impresión de que los de su entorno quedan
sorprendidos después de haberse acostumbrado a sus locuras y sinrazones. Y es
que también a ser locos nos acostumbramos y la cordura termina resultando
sospechosa. Cuenta el fabulista que, como consecuencia de un naufragio, unos
tripulantes hicieron tierra en una isla donde todos sus habitantes eran
jorobados. Al percatarse los nativos de la isla de que los náufragos no eran
jorobados, se mofaron de ellos como si fueran seres anormales. La locura
también es contagiosa y corremos el riesgo de que, a fuerza de vivir con locos
y dar rienda suelta a nuestra imaginación, la locura termine pareciéndonos lo
normal y el uso de la razón y la cordura algo extraño y divertido e incluso
motivo de marginación social.
En este sentido llama la atención hasta
qué extremo el autor de esta gran novela no pierde en ningún momento de su
relato el sentido de la realidad. Cuando una persona o un proyecto cualquiera
nos parecen exagerados o demasiado fantasiosos, los calificamos de
“quijotescos”, es decir, irreales. Sin embargo, El Quijote es una novela maestra de realismo vital. Sólo es
cuestión de saber descifrarlo. D. Miguel de Cervantes no se hizo ilusiones. La
lectura indiscriminada de novelas caballerescas puede poner en peligro el uso
de la razón sacándonos del mundo de la realidad para sumergirnos en el de la
imaginación y la fantasía. Por otra parte, sabemos por experiencia que la
pérdida del uso de la razón es la enfermedad
más temible, entre otras cosas, porque tienen difícil si no imposible
curación satisfactoria. D. Quijote, por el contrario, es presentado en la
novela como un caso ejemplar y consolador. Pierde la razón hasta extremos
altamente preocupantes, pero, al final la recupera reintegrándose al mundo de
la realidad. Miguel de Cervantes ofrece aquí una lección magistral de realismo
y optimismo. Ante todo, “no perder nunca los estribos”, “la cabeza”, que es lo
mismo que decir “no perder el uso de la
razón” consumiendo ansiosamente paja literaria acarreada en los campos de la imaginación
y de la fantasía. Pero mientras hay vida hay esperanza. El optimismo
cervantismo es tal que, aún en los casos más extremos, como el de D. Quijote,
es posible recuperar la cordura y volver al redil de la realidad y uso de la
razón. Cabe preguntarnos si D. Miguel sería hoy día tan optimista como en su tiempo, cuando los libros extravagantes de caballería
se llaman televisión, cine o Internet.
17. Realismo
crítico de “D. Camilo”
El siglo XX pasó a la historia como el
siglo de las dos guerras mundiales más horribles de todos los tiempos y de los
avances científicos más prometedores. Las dos guerras fueron el resultado del
uso más perverso de la razón que pudiera imaginarse encarnado en las ideologías
nazi y marxista. Entre ambos extremos hubo y sigue habiendo uso perverso de la
razón en los fundamentalismos religiosos y el nuevo capitalismo democrático.
Pero no es mi propósito demostrar la objetividad y alcance de estas
afirmaciones sino situar en el tiempo un género de novela crítica que, lejos de
llevarnos fuera de la realidad, describe con humor, respeto y gusto estético
una situación grotesca creada en Italia y otros países al final de la segunda
guerra mundial. La desgracia consistió en que la derrota militar del nazismo se
llevó a cabo con la colaboración de los regímenes comunistas, que también habían
sido amenazados por los nazis. Los comunistas aprovecharon esta circunstancia
de covencedores para imponer a lo bestia su propia tiranía en los países en los
que conservaron la hegemonía y, en la medida de lo posible, también donde ellos
no gobernaban. Así las cosas, uno de los países donde los comunistas estuvieron
a punto de hacerse totalmente con el poder fue Italia.
En ese contexto surgieron situaciones
muy peculiares, sobre todo en localidades pequeñas, donde todo el mundo se
conocía, relativas a la convivencia ciudadana entre personas, que habían
luchado en bandos opuestos, y que ahora estaban condenados a convivir como
buenos ciudadanos en tiempo de paz. El periodista y novelista Giovanni
Guareschi (1908-1968) aprovechó esta circunstancia para escribir los relatos de
su famoso D. Camilo, una novela
crítica, divertida, imaginativa y magistral por su manera de usar la
imaginación sin perder el sentido de la realidad. Los dos personajes centrales,
Peppone, el alcalde comunista, y D. Camilo, el cura párroco del pueblo, son
presentados cómo los personajes centrales. Peppone representa toda la
irracionalidad y brutalidad del comunismo y sus detestables proyectos. D.
Camilo es presentado como el cura castizo, voluntarioso e insensato, pero de
buen fondo. En realidad, lo mismo Peppone que D. Camilo son presentados como
hombres de buenas intenciones. De ahí, que, después, y a pesar de sus brutales
discusiones y peleas, ese fondo bueno aparece siempre. Lo único que les faltaba
a los dos era el uso de la razón. D.
Camilo y Peppone discuten, se insultan y hasta se dan de puñetazos. Cualquier
cosa menos razonar. En la mayoría de los casos conflictivos presentados en
estos relatos novelescos ninguno de los dos tiene razón. El único que razona es
Guareschi, que expresa sus propios puntos de vista mediante la voz del Cristo
del Altar Mayor.
D.
Camilo es una novela deliciosa en la
que la imaginación vuela como un lindo pajarillo de un árbol a otro pero sin
perder de vista la tierra que pisa y la realidad de las personas con las que
trata. Es una obra maestra del humorismo y de la sátira más acertada de la
absurda y ridícula confrontación entre
marxistas y cristianos al término de la segunda guerra mundial. En la novela hay
mucha imaginación y humor. Pero el autor ha introducido deliberadamente la voz
de la razón en las intervenciones de Cristo, que son de hecho, las razones
críticas de Guareschi frente a las sinrazones y brutalidades de Peppone y D.
Camilo y sus secuaces. Nos encontramos
ante un caso de novela crítica de una situación histórica en la que se describe
una realidad de forma novelada bajo el control de la razón. De ahí que su
lectura pueda resultar amena y al mismo tiempo útil.
18. El realismo histórico de “la
rebelión en la granja”
En la línea de la novela crítica de D. Camilo me parece interesante recordar
La rebelión en la granja” de George
Orwell. (1903-1950). Pensada en 1937, fue terminada en 1943 y en 1944 fue
rechazada por cuatro editores. ¿Por qué? Recordemos primero el entramado de la pequeña
novela y después comprenderemos mejor el por qué de ese rechazo. Los animales
de la granja del Sr. Jones, después de oir un discurso nocturno subversivo de
un venerable cerdo, se sublevaron contra sus dueños humanos y los expulsaron de
la granja. Al principio de la nueva situación todo parecía “coser y cantar” a
las órdenes de dos cerdos excepcionales (Snowball y Napoleón), los cuales, a su
vez, no estaban nunca de acuerdo en nada de lo que se hacía y se discutía. Si
el uno decía blanco el otro decía negro. Si Snowball creía que había que
sembrar cebada, Napoleón opinaba que había que sembrar nabos. Y así en todo. La
rivalidad entre estos dos líderes cerdos terminó con la satanización del uno
por el otro el cual se hizo con el poder y no dudó en degollar a los animales
de la granja que osaron presentar la más mínima oposición a sus órdenes. A
causa de estas rivalidades internas y de los contactos inevitables con sus
enemigos los hombres, la revolución de los animales de la granja fracasó. Algunos
se aliaron con los amos de las granjas humanas vecinas y así quedó traicionada
la identidad de la “granja animal” y su ideal de derrocamiento de sus enemigos
los hombres.
La razón por la que se impuso la
censura contra esta obra, según el testimonio de un alto funcionario del
Ministerio de información británico, fue la siguiente. “Ahora me doy cuenta de
cuán peligroso puede ser publicarlo en estos momentos porque, si la fábula
estuviera dedicada a todos los dictadores y a todas las dictaduras en general,
su publicación no estaría mal vista. Pero la trama sigue tan fielmente el curso
histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dictadores que sólo puede
aplicarse a aquel país, con exclusión de cualquier otro régimen dictatorial. Y
otra cosa. Sería menos ofensiva si la casta dominante que aparece en la fábula
no fuera la de los cerdos. Creo que la elección de estos animales puede ser
ofensiva y de modo especial para quienes sean un poco susceptibles, como es el
caso de los rusos”. Así de claro. Al terminar la segunda guerra mundial incluso
en Gran Bretaña se impuso la censura contra cualquier opinión que pudiera
disgustar a los comunistas y Orwell se refugió en la fábula para escribir una
crítica pura y dura del comunismo estalinista vigente en la antigua Unión
Soviética. ¿Novela? Sí. Pero para describir en clave fabulada la terrible
realidad histórica que fue el régimen comunista a las órdenes de un tirano como
Estalin. Por extensión, la novela es aplicable a todos los sistemas políticos
despóticos e irracionales.
Cualquiera que haya conocido de cerca
la realidad de la antigua Unión Soviética y de sus satélites identificará
fácilmente en esta novela a sus líderes más importantes y formas irracionales
de gobernar encarnados en los cerdos, perros y demás animales de la granja.
Igualmente se describen las famosas “purgas” estalinistas y las corrupciones
vergonzantes del sistema. Nos encontramos ante una novela por la forma de
hablar y el uso de las imágenes literarias. Pero, de hecho, describe una realidad
histórica que no podía ser denunciada de otra forma sin incurrir en sanciones
severas. De ahí su realismo travestido
de imaginación mediante el recurso a esta breve y magistral fábula alegórica.
Fábula, porque el autor hace hablar a los animales, y alegórica, porque cada
animal representa a una persona humana concreta.
19.
Lenguaje novelesco y uso de la razón
Insisto una vez más en que no es posible la percepción
de la realidad y la comunicación humana sin la ayuda de imágenes o
representaciones figurativas de la misma. Pero precisamente por ello tenemos
que cuidar de que ellas, las imágenes, sean elaboradas y utilizadas de tal
forma que no nos saquen de la realidad para sumergirnos en un mundo imaginario
y engañoso. La novela, por su propia naturaleza, es ficción y como tal, un
mecanismo evasivo de la realidad. Por lo tanto, en el caso de que utilicemos
ese género literario, por sentido común y en nombre de la razón, cabe hacer las
siguientes observaciones relacionadas con los modelos a los que termino de
hacer referencia.
Como principio general, pienso que cuando se
escribe cualquier tipo de novela se debe hacer de tal forma que en ningún
momento el lector confunda el mundo real con el mundo ficción. Los buenos y
buenas novelistas se distinguen de los malos, entre otras cosas, porque nunca
pervierten el orden de la realidad, de tal forma que los lectores se sienten
gratificados con la lectura de sus novelas pero nunca confundidos o engañados.
El lector de una buena novela sabe en todo momento en qué punto de la realidad
o del mundo ficción se encuentra. Es posible que durante la lectura puedan
surgir dudas, pero al final de la misma todas las dudas al respecto quedan
aclaradas. El lector cierra la novela y vuelve al mundo de la realidad con la
misma naturalidad y gozo que después de haber jugado una partida de ajedrez se
recogen las fichas y asunto terminado. O terminamos de ver una buena película y
salimos satisfechos de la sala de cine a la realidad de la calle.
Las buenas novelas devuelven al lector
a la realidad en lugar de dejar su imaginación convertida en un nido de pájaros
locos. Si, además, el recurso al género novelesco ha sido forzado por
situaciones puntuales de falta de libertad de expresión para denunciar
injusticias o defender derechos, por mucho que la novela nos parezca irreal y
fruto de la fantasía, al final nos devuelve a la realidad cruda de la vida. En
este sentido los casos arriba mencionados son realmente ejemplares. El autor
del Apocalipsis, por ejemplo, por más
que su lenguaje nos pueda parecer a nosotros ininteligible y desconcertante por
la artillería imaginaria utilizada, contiene una tesis sobre Cristo y la
Iglesia que no podía explicar con lenguaje corriente a sus destinatarios por la
falta de libertad de expresión vigente bajo un régimen político represivo. Sus
destinatarios no fueron engañados sino informados de la única manera que era
posible en aquellas circunstancias lamentables. En cualquier caso, lo ideal es
que nunca sea necesario tener que recurrir al género apocalíptico. No es un
género literario que favorezca al uso de la razón y la comprensión deseable
entre las personas normales.
Tratándose de novelas históricas, los
buenos autores delimitan con maestría lo que se ha de tomar como históricamente
verdadero y lo que es fruto de su imaginación creativa. De todos modos el
riesgo de que el lector se pierda y no sepa dónde termina lo real de su relato
y empieza lo ficticio o fruto de su
imaginación es constante. Hay autores que son incapaces de escribir un relato histórico
sin inventar situaciones o acontecimientos que nunca tuvieron lugar. Cuando se
les pregunta por tal o cual personaje en acción responden con una sonrisa o
simplemente confiesan que les pareció oportuno introducirlos por razones
literarias. Yo tuve un profesor que tenía este “vicio” de novelar la realidad.
Le encargaron que escribiera una biografía y la escribió literariamente tan
bien que los lectores la tomaron en gran parte por novela. Luego publicó un
libro histórico, como testigo de excepción de la segunda guerra mundial en
Filipinas con el mismo estilo novelado. Este género literario no ayuda a
clarificar las cosas y, por lo mismo, nos aleja de la realidad. Por lo mismo,
huelga decir que en nombre del uso de la razón no es un género aconsejable en
la medida en que no se facilita al lector la posibilidad de discernir entre lo
que se relata como algo real o como producto de la imaginación
Este defecto, en cambio, no tiene lugar
en El Quijote. La primera impresión
de esta obra genial puede ser de humor. Hay quienes la leen como divertimiento.
¡Y vive Dios que hay en ella relatos divertidos! Pero a medida que se entra en
materia con su lectura pronto nos damos cuenta de que se trata de una obra
llena de sabiduría de la vida real expresada con imaginación y buen gusto
estético. Y todo ello para persuadirnos a no perder el uso de la razón leyendo
libros que nos alejan de la realidad. D. Miguel de Cervantes escribió su gran
novela para decirnos que no huyamos de la realidad. Y lo que es más admirable.
Si hemos tenido la desgracia de contaminar nuestra mente con imágines falsas de
la realidad, cabe siempre pensar que, mientras hay vida hay esperanza. D.
Quijote, el personaje central de la gran novela, perdió el uso de la razón pero
al final de su vida volvió a la razón y la cordura. Un mensaje consolador
transmitido en una novela realmente “ejemplar”, porque no sólo no nos aleja de
la realidad sino que nos acerca más a ella de una manera grata y divertida.
Lo mismo cabe decir de Giovanni
Guareschi y George Orwell. Cualquiera que haya conocido la situación de la
“Europa libre” al final de la segunda guerra mundial leerá Don Camilo con verdadera fruición sin engañarse en ningún momento.
El alcalde Peppone y el cura párroco D. Camilo son presentados de forma
exagerada y hasta ridícula en muchos casos, pero nunca de forma que el lector
pierda el sentido de la estúpida realidad social y política de fondo que motivó
la novela. El lector pronto se da cuenta de que la voz imaginaria de Cristo
desde el crucifijo de la iglesia parroquial es la voz de la razón del propio
Guareschi. Nos encontramos ante una novela crítica de signo político en un
contexto de libertad de expresión. No hay en ella confusión entre lo real e
imaginario y, por lo mismo, puede ser considerada como una obra maestra en su
género.
El contexto real e histórico de “La
rebelión en la granja” de Orwell fue distinto. Ahora nos encontramos ante una
completa fábula en la que el autor se
refugia para denunciar el despotismo del comunismo estalinista en un momento en
el que tal denuncia podía dar lugar a una represión imprevisible. Tiene el gran
mérito de describir en clave de novela una realidad política y social de forma
breve y realista. Cualquiera que haya conocido la estructura y los métodos del
régimen comunista soviético verá reflejada en la novela aquella triste
realidad. En “La rebelión en la granja” no hay lugar para el divertimiento o la
hilaridad. La realidad que de forma fabulada se describe es tan cruda que no
deja lugar ni al humor ni al divertimiento. Es una realidad triste. El
inconveniente de este tipo de novelas no es que nos alejen de la realidad sino
que, con el paso del tiempo, las personas que no conocieron aquellas
situaciones o contextos políticos y sociales encuentran dificultad para
entender su verdadero significado. Los lectores necesitan tener una preparación
histórica específica. Nos pasa como con el estilo apocalíptico. Los
destinatarios inmediatos de estos libros los entendieron sin dificultad
mientras que las generaciones posteriores necesitan estudiarlos para descifrar
su contenido realista. La conclusión principal de este discurso es que hemos de
cuidar mucho el uso de los géneros literarios para no alejarnos alejados de la
realidad y ser víctimas de nuestros sueños, sentimientos y fantasías. No hay
tiempo mejor empleado que aquel que dedicamos a conocer la realidad en lugar de
huir de ella con la ayuda potente de
nuestra imaginación. NICETO
BLÁZQUEZ, O.P. (Madrid 2013).
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